DESQUITE Y ALIVIO

El Athletic se impuso al Granada con un solitario gol de oro de Aduriz que supuso dejar la zona roja de la clasificación a once puntos a falta de nueve jornadas. Y por supuesto, los tres puntos no se lograron sin sufrimiento y como últimamente viene pasando sin merecerlo más que el contrario, o al menos, sin merecerlo claramente.

Los leones empezaron un tanto temporizadores con una defensa de tres, empleando los primeros minutos para asentarse en el campo, y una vez metidos en el partido se empezaron a adueñar del balón y las ocasiones empezaron a llegar: un balón al palo de Ibai, un cabezazo de Laporte en una falta lateral. Todo aderezado con un susto en forma de parada de Iraizoz desviando al palo un remate de Nolito y con la típica ceguera arbitral que nos lleva acompañando toda la temporada, pues en una misma jugada se cometieron dos penaltis consecutivos a Laporte por un agarrón clamoroso y cuyo balón desviado por el propio central rojiblanco golpea en la mano de un defensa granadino.

El problema con el balón fueron los carrileros, que jugaron más a ser laterales, de ahí que cuando Aduriz recibía no encontrara apoyos al bajar el balón y de ahí las numerosas pérdidas de San José y Herrera, pues cada que vez que controlaban el balón no tenían soluciones en amplitud porque De Marcos e Iraola atenazados quizá solo se atrevían a subir cuando la situación se lo pedía y no cuando ellos se lo pedían a la situación, es decir, eran jugadores reactivos y no activos.

La afición no se olvidó de empujar al equipo siempre que los nervios se lo permitieron. Porque todo eran nervios en el campo, hasta que un centro de Ibai lo remató de cabeza Aduriz picado, imparable para Toño. Pero cuando todo parecía controlado Susaeta, que ya tenía tarjeta, le dio a Nolito una patada por detrás cortando una contra y dejando al equipo con 10. Para entonces Llorente y Muniain ya habían saltado al campo y eran capaces de aguantar el balón en posiciones ofensivas aunque siempre muy aislados del resto del equipo. Toquero entró por Muniain, al que Bielsa pidió perdón en rueda de prensa, y es que estando en inferioridad un jugador como Toquero es clave tanto para tener profundidad y alejar el peligro del área propia como para defender en estático y en estrategia.

Un balón al palo de Brahimi en el descuento sobresaltó a los 40.000 aficionados que se daban cita en La Catedral, y pocas veces sonó tan bien el pitido final.

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